domingo, 1 de julio de 2007

Pedacitos de Dios

A veces nos encontramos con personas que no sabemos por qué llegan a nuestras vidas. Son pedacitos de Dios, capaces de hacernos replantear nuestra mirada sobre el mundo; tiran abajo años de convicciones, nos hacen entender que nuestra verdad no es tan verdad, y que somos también, porque ellos son parte de nuestra vida.
Ahí es cuando somos capaces de dejar el orgullo a un costado y abrirnos aunque nos cueste, con nuestras bellezas y miserias, que se filtran en cada palabra que enunciamos y en las que no podemos enunciar. Nos hacen bien, y a veces también, sin querer, nos hacen mal. Pero nos hacen. Por ellos aprendemos, crecemos, descubrimos, estamos dispuestos a cambiar. Entendemos que de nada sirve refugiarse en la ironía como mecanismo de defensa, y de nada sirve ocultar el miedo (el terrible miedo) que nos da hacernos cargo de todo lo que estas personitas nos producen con su sola presencia. Como nos volvemos adolescentes, buscamos explicaciones, racionalizamos, tratamos de entender (otro mecanismo de defensa), aún sabiendo que no hay nada que entender. Y entonces nos damos cuenta que en el fondo, (y esto es lo realmente importante), nos gustaría que se queden con nosotros cerca, bien cerca, abrazándonos muy fuerte por dentro y por fuera, como sólo a ellos les sale hacerlo.

jueves, 28 de junio de 2007

En algún cielo

Este mediodía la vida tocó el timbre de mi casa y se presentó en forma de sobre postal. El cartero me trajo un hermoso regalo desde España: En Algún Cielo, el último libro de cuentos de mi queridísimo y viejo amigo Marcelo Luján, escritor argentino que vive actualmente en Madrid, y que el año pasado recibió la tercera mención del concurso Clarín Novela.
Tuve el privilegio (y la hermosa complicidad que se repite desde hace casi 10 años), de leer el manuscrito de esos cuentos antes de que se publiquen. Y no puedo (ni quiero) ser objetivar. Creo que Cortázar se pondría celoso si supiera con qué entusiasmo lo leo.

Quienes quieran visitar su sitio:
www.marcelolujan.com
O su Blog:
http://www.elconceptodeficcion.blogspot.com/

domingo, 15 de abril de 2007

Cortázar y las pecas

Cortázar es uno de esos hombres a los que le pediría que me cuente las pecas si estuviera vivo. Es que los hombres me seducen especialmente por la inteligencia y la sensibilidad emocional. Y en Cortázar, hay que reconocer, esas dos características se combinan en un combo explosivo.

Cuestión que hace poco, escuché una vieja interpretación del cuento Casa Tomada, que yo desconocía y que me dejó cierto sabor amargo. Se la escuché decir a Pablo Alabarces, un ex profesor mío de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA, quien me ha enseñado mucho académicamente. La versión “popular” que comentaba Pablo decía algo así como que Casa Tomada era una analogía de lo que opinaban los intelectuales y sectores medios, porteños y gorilas sobre peronismo por la época en que fue escrito el cuento: una especie de algo indefinido que iba apoderándose de los espacios y lugares públicos, que quienes detentaban el poder hegemónico se autoatribuian para sí mismos. Plaza de Mayo, teatros, salones de bailes, cines, y espacios culturales que constituían el corazón de Buenos Aires, ya no eran de quienes históricamente los transitaban sino de los “cabecitas negras”, una especie de masa uniforme de descamisados que venía a meter sus pies en las fuentes de las plazas al grito de “Perón, Perón que grande sos”.

Espantadas con tal versión autoritaria y paranoica del peronismo, mis pecas empezaron a salir corriendo horrorizadas de mi espalda. Y mi espalda, confieso, quedó bastante desilusionada, llorando solitariamente por los rincones.

Así estuvieron las pequitas, algo exiliadas durante meses, hasta que para mi feliz sorpresa, este fin de semana encontré en el cable una entrevista empezada que vaya a saber quién y en qué época tuvo la fortuna de hacer al mismísimo hombre flaco y alto, que fuma sin parar en cámara, un cigarrillo tras otro (ya ven que no fue Lanata el inventor de tal trasgresión). Estaba ahí, sentadito, en blanco y negro. Y en una se esas, sentí un alivio conmovedor cuando el periodista le preguntó a mi amor imposible si era verdad que quienes tomaban la casa del cuento eran los peronistas. Cortázar sonrió, dijo que ya había escuchado esa versión y que le parecía maravilloso que un mismo relato pudiera generar interpretaciones tan diversas. Dijo que no, que Casa Tomada fue resultado de una pesadilla que tuvo, donde él mismo estaba (aunque solo y sin ninguna hermana) en su propia casa, y que algo que no sabía que era, lo acorralaba y lo iba desplazando de una habitación a otra, hasta que finalmente termina en el último lugar habitable del hogar y es ahí cuando despierta sobresaltado a mitad de la noche. Dijo también que no pudo más que levantarse de la cama y escribir en forma de cuento tal horror; que los sueños tienen mucho de Freud y que quizás sí, algo indeterminado, inconsciente y reprimido pudo haber escapado en esa mezcla extraña que lo alteró. Pero que pudo ser cualquier cosa: una tía, un miedo, o incluso el mismísimo peronismo, sin que él supiera concientemente que era eso. Y entonces, llenas de felicidad volvieron mis pecas corriendo a mi espalda, como quien mete los pies en la fuente después de mucho caminar en un día de exagerado calor. Como las palabras de un cuento que buscan compulsivamente una casa a la cual tomar. Con ganas de que alguien las cuente.

viernes, 13 de abril de 2007

Amor líquido

Abro la puerta del microondas para calentar un café, y para mi propia sorpresa encuentro una taza llena de té de durazno, que me preparé yo misma ayer por la tarde. Así de descuidados podemos resultar a veces, al punto de olvidarnos de nuestras propias ganas en apenas tres minutos (que es lo que tarda en hacerse un té en ese aparatito postmoderno que vaya a saber quién inventó para calentar comidas usando luz eléctrica).

En tiempos como estos (solitarios, silenciosos), hasta esa mínima situación puede disparar los más absurdos pero sinceros interrogantes: cuánto duran las ganas, dónde empiezan y dónde terminan, o en qué momento los duraznos se convierten en té. ¿O cómo se hace para tener ganas de tener más ganas o aunque sea algunas pocas ganitas?

Y entre esas preguntas se cuelan muchas más, y una estremecedora sensación al caer en la cuenta de que a veces hay cosas, situaciones, e incluso vínculos, que en un momento pueden motivarnos visceralmente, y que al poco tiempo puedan dejar de cautivar nuestra escurridiza atención. Eso fue justamente lo que sentí esta tarde, mientras me tomaba el café que esta vez no olvidé sacar del microondas. Y no me gustó.

jueves, 12 de abril de 2007

Mujeres Elefantes - BAFICI

En una mezcla extraña que los propios directores denominan surrealista, Adrián Caetano y José María Muscari logran impregnar de humor absurdo y ácido un reclamo sindical en una fábrica argentina donde sólo trabajan mujeres. Bajo el título de Mujeres Elefantes, la dupla de culto lleva a la pantalla una crítica a la explotación laboral, al sensacionalismo mediático, y la indiferencia social. Y se permiten bucear en actitudes individuales por momentos colmadas de mezquindades; por momentos fruto de renuncias personales capaces de anteponer al otro antes que a uno mismo. Y todo eso sin salir jamás de las paredes del IMPA, la fábrica donde transcurre toda la ficción.
Hay pequeños detalles para criticar, pero mucho para aplaudir. Y no, no le hago la prensa a Muscari. Es sólo que ese muchacho me parece talentosamente brillante.

viernes, 2 de febrero de 2007

¿Es justo extrañar?

Antes tiraba la moneda más seguido. Ahora, en cambio, suelo tomar mis decisiones en términos de justicia: cuando no sé por qué opciones decidirme, priorizo la opción que me parece más justa, aún sabiendo que quizás sea injusta porque no logra satisfacer mis deseos de justicia en su totalidad. Esta fórmula, que me ha aliviado de grandes conflictos en diferentes ámbitos de mi vida, entró en crisis esta mañana cuando me pregunté si es justo extrañar.

¿Qué se extraña cuando se extraña? ¿Personas, reacciones, momentos, ausencias, el pasillo de algún edificio, fotos? ¿Todo eso o la nada misma porque ya no queda nada de eso que alguna vez fue algo? ¿Por qué hay que extrañar? ¿Es necesario? ¿Todos extrañamos? ¿Por qué a veces no extrañamos y a veces si? Nosé a quién zamarrear del cuello de la camisa para que me responda lo que quiero saber: si a la justicia, si al verbo extrañar, o a mi misma que hago este tipo de preguntas, que injustamente nosé si tienen respuestas.