domingo, 15 de abril de 2007

Cortázar y las pecas

Cortázar es uno de esos hombres a los que le pediría que me cuente las pecas si estuviera vivo. Es que los hombres me seducen especialmente por la inteligencia y la sensibilidad emocional. Y en Cortázar, hay que reconocer, esas dos características se combinan en un combo explosivo.

Cuestión que hace poco, escuché una vieja interpretación del cuento Casa Tomada, que yo desconocía y que me dejó cierto sabor amargo. Se la escuché decir a Pablo Alabarces, un ex profesor mío de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA, quien me ha enseñado mucho académicamente. La versión “popular” que comentaba Pablo decía algo así como que Casa Tomada era una analogía de lo que opinaban los intelectuales y sectores medios, porteños y gorilas sobre peronismo por la época en que fue escrito el cuento: una especie de algo indefinido que iba apoderándose de los espacios y lugares públicos, que quienes detentaban el poder hegemónico se autoatribuian para sí mismos. Plaza de Mayo, teatros, salones de bailes, cines, y espacios culturales que constituían el corazón de Buenos Aires, ya no eran de quienes históricamente los transitaban sino de los “cabecitas negras”, una especie de masa uniforme de descamisados que venía a meter sus pies en las fuentes de las plazas al grito de “Perón, Perón que grande sos”.

Espantadas con tal versión autoritaria y paranoica del peronismo, mis pecas empezaron a salir corriendo horrorizadas de mi espalda. Y mi espalda, confieso, quedó bastante desilusionada, llorando solitariamente por los rincones.

Así estuvieron las pequitas, algo exiliadas durante meses, hasta que para mi feliz sorpresa, este fin de semana encontré en el cable una entrevista empezada que vaya a saber quién y en qué época tuvo la fortuna de hacer al mismísimo hombre flaco y alto, que fuma sin parar en cámara, un cigarrillo tras otro (ya ven que no fue Lanata el inventor de tal trasgresión). Estaba ahí, sentadito, en blanco y negro. Y en una se esas, sentí un alivio conmovedor cuando el periodista le preguntó a mi amor imposible si era verdad que quienes tomaban la casa del cuento eran los peronistas. Cortázar sonrió, dijo que ya había escuchado esa versión y que le parecía maravilloso que un mismo relato pudiera generar interpretaciones tan diversas. Dijo que no, que Casa Tomada fue resultado de una pesadilla que tuvo, donde él mismo estaba (aunque solo y sin ninguna hermana) en su propia casa, y que algo que no sabía que era, lo acorralaba y lo iba desplazando de una habitación a otra, hasta que finalmente termina en el último lugar habitable del hogar y es ahí cuando despierta sobresaltado a mitad de la noche. Dijo también que no pudo más que levantarse de la cama y escribir en forma de cuento tal horror; que los sueños tienen mucho de Freud y que quizás sí, algo indeterminado, inconsciente y reprimido pudo haber escapado en esa mezcla extraña que lo alteró. Pero que pudo ser cualquier cosa: una tía, un miedo, o incluso el mismísimo peronismo, sin que él supiera concientemente que era eso. Y entonces, llenas de felicidad volvieron mis pecas corriendo a mi espalda, como quien mete los pies en la fuente después de mucho caminar en un día de exagerado calor. Como las palabras de un cuento que buscan compulsivamente una casa a la cual tomar. Con ganas de que alguien las cuente.

viernes, 13 de abril de 2007

Amor líquido

Abro la puerta del microondas para calentar un café, y para mi propia sorpresa encuentro una taza llena de té de durazno, que me preparé yo misma ayer por la tarde. Así de descuidados podemos resultar a veces, al punto de olvidarnos de nuestras propias ganas en apenas tres minutos (que es lo que tarda en hacerse un té en ese aparatito postmoderno que vaya a saber quién inventó para calentar comidas usando luz eléctrica).

En tiempos como estos (solitarios, silenciosos), hasta esa mínima situación puede disparar los más absurdos pero sinceros interrogantes: cuánto duran las ganas, dónde empiezan y dónde terminan, o en qué momento los duraznos se convierten en té. ¿O cómo se hace para tener ganas de tener más ganas o aunque sea algunas pocas ganitas?

Y entre esas preguntas se cuelan muchas más, y una estremecedora sensación al caer en la cuenta de que a veces hay cosas, situaciones, e incluso vínculos, que en un momento pueden motivarnos visceralmente, y que al poco tiempo puedan dejar de cautivar nuestra escurridiza atención. Eso fue justamente lo que sentí esta tarde, mientras me tomaba el café que esta vez no olvidé sacar del microondas. Y no me gustó.

jueves, 12 de abril de 2007

Mujeres Elefantes - BAFICI

En una mezcla extraña que los propios directores denominan surrealista, Adrián Caetano y José María Muscari logran impregnar de humor absurdo y ácido un reclamo sindical en una fábrica argentina donde sólo trabajan mujeres. Bajo el título de Mujeres Elefantes, la dupla de culto lleva a la pantalla una crítica a la explotación laboral, al sensacionalismo mediático, y la indiferencia social. Y se permiten bucear en actitudes individuales por momentos colmadas de mezquindades; por momentos fruto de renuncias personales capaces de anteponer al otro antes que a uno mismo. Y todo eso sin salir jamás de las paredes del IMPA, la fábrica donde transcurre toda la ficción.
Hay pequeños detalles para criticar, pero mucho para aplaudir. Y no, no le hago la prensa a Muscari. Es sólo que ese muchacho me parece talentosamente brillante.