martes, 26 de agosto de 2008

Renombrar el mundo


Difícilmente haya, para algunos comunicadores, tarea más difícil que renombrar el mundo, cuando ese mundo ya no está y se desecha la idea de abrazar la nostalgia. Es paradójico suponerlo, pero doy fe de que es muy real. Y digo esto porque, así como las palabras están cargadas de sentido y construyen mundos posibles, el acto de renombrar implica en muchas ocasiones vaciar el contenido simbólico de cada palabra y darle simultáneamente un sentido nuevo, una vida nueva, a ella y a nosotros.
Si bien esto es lo que creo que pasa cotidianamente con las palabras (que las reinventamos todo el tiempo), lo extraño y difícil deviene cuando, a través de una operación conciente pretendemos quitarles por la fuerza, justamente toda la fuerza que ellas tienen. Ahí es cuando los diccionarios no alcanzan para definir nada, y las definiciones nunca llegan. Y por más que lleguen, no encontramos las palabras que den cuenta de aquello que antes significaba esa cosa que ya no está. Será cuestión de re-significar cada fragmento del mundo, cada palabra, cada sonrisa. De inventar todo de nuevo. Ya lo decía Cortázar en Rayuela: "el mundo se ha hecho pedazos y hay que nombrarlo de nuevo". Así que si alguien tiene una idea de cómo se hace, les aseguro que más de una Mafalda lo querrá saber.