miércoles, 7 de mayo de 2008

Un acto de amor

El último fin de semana leí el libro “Historias de diván. Ocho relatos de vida”, del mediático psicoanalista argentino Gabriel Rolón. El libro relata historias de pacientes suyos que a lo largo del tratamiento psicoanalítico van encontrando los orígenes de sus malestares, explicaciones a angustias presentes que provienen de situaciones pasadas e inconscientes, y que se actualizan en cada elección actual. El autor recrea, con autorización de los pacientes y reserva de sus identidades, los diálogos –por momentos dolorosos, viscerales, humanos- que van surgiendo en cada entrevista.
Me pareció sumamente ágil, atrapante. Uno parecía estar ahí, presenciando las sesiones. Sintiendo lo que puede sentir el protagonista, deseando no estar en sus zapatos. Y puede, también de a ratos, identificarse con varios de ellos, porque en el fondo no dejan de ser vivencias de lo cotidiano nucleadas bajo denominadores comunes: el miedo, los celos, los duelos, la culpa, el sexo, la muerte, etc.
Me hizo acordar mucho a otro libro que leí hace unos años de otro psicoanalista, esta vez norteamericano. Se trata de “Verdugo del amor. Historias de psicoterapia”, de Irvin Yalom, el mismo autor de “El día que Nietzsche lloró”. Son, por supuesto, historias diferentes, pero que narran también la experiencia de personas que recurren al consultorio de Yalom para encontrarse a sí mismas. Tampoco tiene desperdicio.
Volviendo a Rolón, lo que más me gustó de su libro fue lo impredecible de cada historia, la intriga que se asomaba en cada relato, ese final que en cada caso era imposible anticipar. Pero lo que más profundamente me impactó fue la fortaleza espiritual de quienes, sabiéndose angustiados, buscaron en el psicoanálisis una herramienta más para superar aquello que tanto dolor les causaba, sin parar hasta enfrentarse cara a cara con sus más reprimidos recuerdos.
Les dejo unas palabras escritas por el autor en la introducción del libro que sintetizan, a mi entender, el espíritu de la obra: “Esta historia, a modo de metáfora, representa la batalla que, creo, debe librar cada paciente. La de vencer sus miedos, sus creencias y sus prejuicios para adentrarse en su infierno individual, con sus propias reglas, con sus fuegos eternos, sus pantanos y sus tormentos. Impulsado, también en este caso por el amor. Porque el psicoanálisis es, antes que nada, un acto de amor”.

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