lunes, 15 de septiembre de 2008

Puerto Madryn

Esa ciudad tiene, de entre todas las que conocí, el privilegio del amor. Sin que Buenos Aires (mi muy muy muy querida Buenos Aires) se ponga celosa, debo reconocer que me enamoré perdidamente y a primera vista de sus olas caprichosas, de su arena movediza, de sus tortas galesas. En esa ciudad aprendí, y disfruté; amé muchas cosas y renegué también de tantas otras. Pero no me perdí de nada: reí con sus chistes, lloré con su lluvia, recé en sus Iglesias. Y hasta leí sus diarios con ganas de escribirlos.
Nosé que tiene, nunca pude saberlo, y espero no saberlo jamás. Porque estoy segura que quizás sea eso que nose qué es, lo que tanto me atrapó… Igual ya no la extraño. Luego de un intenso verano, volví hace ya unos meses a mi querida, mi muy muy muy querida Buenos Aires, que como siempre me recibió con los brazos bien abiertos. Nosé si volví para quedarme. Pero siempre es reconfortante volver al primer amor.


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